“La ridícula idea de no volver a verte”, Rosa Montero,
Seix Barral Biblioteca Breve
Te confieso que tengo una idea de lo que quiero hacer
con este texto, pero ¿se mantendrá el proyecto hasta el final o aparecerá
cualquier otra cosa? Me siento como ese pastor del viejo chiste que está tallando
distraídamente un trozo de madera con su navaja, y que cuando un paseante le
pregunta, “¿Qué figura está haciendo?”, contesta: “Pues, si sale con barbas,
san Antón y si no, la Purísima Concepción.” (pag. 10)
Si te fijas bien, es posible que Fernando Pessoa se
refiera a eso en sus célebres versos: “El poeta es un fingidor. Finge tan
completamente que llega a fingir dolor del dolor que de veras siente.” (pag.
16)
En los primeros días (después la muerte), la gente
dice: “Llora, llora, es muy bueno”, y es como si te dijeran: “Ese absceso hay
que rajarlo y apretarlo para que salga el pus.” Y precisamente en los primeros
momentos es cuando menos ganas tienes de llorar, porque estás en el shock,
extenuada y fuera del mundo. Pero después, enseguida, muy pronto, justo cuando
tú estás empezando a encontrar el caudal aparentememte inagotable de tu llanto,
el entorno se pone a reclamarte un esfuerzo de vitalidad y de optimismo, de
esperanza hacia el futuro, de recuperación de tu pena. Porque se dice
precisamente así: Fulano aún no se ha recuperado de la muerte de Mengana. Como
si se tratara de una hepatitis (pero no te recuperas nunca, ése es el error:
uno no se recupera, uno se reinventa). (pag. 29-30)
En el origen de la creatividad está el sufrimiento, el
propio y el ajeno. El verdadero dolor es inefable, nos deja sordos y mudos,
está más allá de toda descripción y todo consuelo. El verdadero dolor es una
ballena demasiado grande para poder arponeada. (pag. 31)
Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea
soportable. Lo expresó muy bien Fernando Pessoa: “La literatura, como arte en
general, es la demostración de que la vida no basta.” (pag. 32)
Querría poderme beber, como un vampiro, todos sus
momentos de felicidad. (pag. 69)
...con el tiempo he descubierto que la normalidad no
existe, que no viene de la palabra normal, como sinónimo de lo más común, lo
más abudante, lo más habitual, sino de norma, de regulación y de mandato. La
normalidad es un marco convencional que homogeneiza a los humanos, como ovejas
encerradas en un aprisco, pero si miras desde lo suficientemente cerca, todos
somos distintos. (pag. 82)
... en 1925, un falso doctor llamado William Bailey
patentó y comercializó un producto llamado Radithor, consistía en una solución
de agua con isótopos radiactivos y supuestamente curaba la despepsia, la
impotencia, la presión arterial elevada y “ciento cincuenta enfermedades
endocrinológicas más”. Dos años más tarde, un millonario y campeón de golf
llamado Eben Byers empezón a tomar el Radithor por prescripción médica para
tratar un dolor crónico en el brazo. Por lo visto al principio declaró que se
sentía rejuvenecido (¡lo que es la sugestión!) pero en 1932, después de haberse
tragado entre mil y mil quinientas botellas de tónico a lo largo de cinco años,
Byers murió físicamente deshecho: anemia severa, destrucción masiva de los
huesos de la mandíbula, del cráneo y del esqueleto en general, delgadez extrema
y disfunciones en el riñon. Se organizó un escándalo y las autoridades tomaron
medidas. Pero resulta increíble que nadia actuara antes: supongo que había
demasiados intereses en juego. ¿No te inquieta pensar cuál será hoy nuestra
radiactividad autorizada, que sustanciás legales nos estarán matando
estúpidamente? (pag. 105)
El cerebro es así. Teje la realidad, constuye el
mundo. (pag. 116)
¡Y ahora escucha! Lo que acabo de hacer es el truco
más viejo de la Humanidad frente al horror. La creatividad es justamente esto:
un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza. El arte en general
y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor...
...Aplastamos carbones con las manos desnudas y a
veces conseguimos que parezcan diamantes. (pag. 119)
Hace unos años publiqué un microrelato sobre el tema.
Se titulaba “Un pequeño error de cálculo”:
Regresa el Cazador de su jornada de caza, magullado y
exhausto, y arroja el cadáver del tigre a los pies de la Recolectora, que está
sentada en la boca de la caverna separando las bayas comestibles de las
venenosas. La mujer contempla cómo el hombre muestra su trofeo con ufanía pero
sin perder esa vaga actitud de respeto con que siempre la trata; frente al
poder de muerte del Cazador, la Recolectora posee un poder de vida que a él de
sobrecoge. El rostro del Cazador está atirando por la fatiga y orlado por una
espuma de sangre seca; mirándole, la Recolectora recuerda al hijo que parión en
la pasada luna, también todo él sangre y esfuerzo. Se enternece la mujer,
acaricia los ásperos cabellos del hombre y decide hacerle un pequeño regalo:
durante el resto del día, piensa ella, y hasta que el sol se oculte por los
montes, le dejaré creer que es el amo del mundo. (pag. 157)
...vamos perdiendo facultades y la vida nos empuja sin
que nos demos cuenta hacia las vías muertas. La última vez que uno sube a una
montaña. La última vez que bucea. La última vez que juega un partido fútbol con
los amigos. Por lo general, uno no sabe que es la última vez mietras lo hace.
Es el tiempo el que se encarga de despedirnos retrospectivamente de nuestras posibilidades.
La última vez que uno hace el amor...(pag. 183)
Y con esta sencillez acabó todo. Salvo en las operas y
los melodramas, la muerte es un anticlímax. (pag. 191)
Te confieso que he cortado dos párrafos que había
incluido en la primerísima versión de este libro; dos fragmentos que contaban
algo de Pablo. Esto es, me he censurado. (pag. 194)
El tuétano de los libros está en las esquinas de las
palabras. (pag. 196)
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